A mi salida de nuestro nido de amor,
me quedé con las ganas de devorarte la
vida en un orgasmo, o mejor en dos y en mil más.
Me quedé con las ganas de dejarte
satisfecha, sin gritos ni gemidos escondidos golpeando tu boca encharcada por
saliva hirviente mezclada con mis lácteos y tus mieles.
Me quedé con las ganas de saborearte
con mi lengua flexible sin
tener piedad cuando me miraras con tu rostro perdido en la lujuria, la pasión,
el amor y el placer.
Me quedé con las ganas
de hacerte mía, de tenerte como compañera de vida. Dejo en tu mesa el plato
servido para que otro que ya tienes contemplado sin esfuerzo alguno tenga ganas
de ti.
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